Subir a un podio en un Mundial y no tener ni una camisa oficial con el nombre de mi país fue desmotivante
Por Erick Reyes
El triunfo le viene igual en calle o en montaña. Ha corrido 25 maratones en Costa Rica, Panamá y Estados Unidos. Varias veces ha ganado ultramaratones de 60 y 80 kilómetros y tiene dos récords centroamericanos en su hoja de vida.
Esta vecina de El Carmen de Goicoechea recuerda con especial cariño la medalla de bronce que ganó el año anterior en el Campeonato Mundial de Atletismo Máster, que se disputó en California, y también sabe lo que es ganar un medio Ironman. Tal carta de presentación parece ser poca cosa para una mujer de hierro, inquebrantable, apasionada del deporte y amiga de los triunfos recurrentes; porque ella dice que va por más. Ana Barrantes Obando ahora se prepara para otro gran reto…
Pactamos la entrevista en uno de sus sitios de entrenamiento. Se nota que lo frecuenta porque los saludos a cada instante acompañan sus respuestas. No es para menos; ella es el modelo a seguir por muchos.
Siempre le gustó el deporte. Practicó voleibol, pero en 1992 se enamoró del atletismo. “El problema es que una vez que uno prueba la montaña, no hay nada que lo saque de ella”, confiesa la reciente ganadora de “El Cruce”, una carrera de 100 kilómetros divididos en tres días por La Patagonia entre Chile y Argentina.
“Como todas las demás personas comencé con carreras de calle de 10 kilómetros, luego pasé a la media maratón y después hice la maratón completa. Mi mejor marca es 3 horas y 19 minutos”, apunta Barrantes, mientras acomoda sus lentes de borde blanco.
¿Pero, cómo se logra dar ese gran salto de la calle a la montaña y convertirse en atleta de largas distancias?
“Es puro entrenamiento, al menos yo lo resumo así. Además, la alimentación y el trabajo de pesas es fundamental y no puede faltar en la preparación de ningún ultramaratonista de trail. Igualmente tengo como norma hacer mucho caso a lo que dicen mis dos entrenadores, porque ellos son los que saben y para eso estudian mucho sobre su profesión. Todos esos son puntos clave para el éxito”, responde Ana, quien antes de esperar otra pregunta no pierde la oportunidad para decir que come de todo y que le gustan los postres, especialmente los fríos.
En su casa de herrero, no hay cuchillos de palo y los hijos de esta campeona han sido forjados al calor de los triunfos y por eso han disfrutado, en diferentes momentos de sus vidas, el dulce –y hasta adictivo- sabor de la victoria.
“Claro que es adictiva la victoria. Fíjese que cuando terminé la primera etapa de la carrera de El Cruce en La Patagonia, al final del día me llevé la sorpresa de revisar la lista de resultados y ver que estaba en primer lugar. Desde ahí empecé a sentir la presión y esa adrenalina que no me hizo soltar la punta de la competencia en los dos días siguientes. Es que yo me considero muy competitiva”, relata esta amante de sus cinco inseparables perros, con quienes sale a entrenar a diario.
Para esa prueba en Suramérica, Ana Barrantes debió tomar en cuenta las condiciones climatológicas que le esperaban. Por eso, subir al pico más alto del país se le hizo frecuente y combinó esos entrenamientos en el Cerro Chirripó con ascensos al Volcán Irazú.
“Iba preparada para el frío y resulta que el clima en La Patagonia es tan cambiante que el primer día me topé con 37 grados. Ese calor casi me mata. Por dicha me ayudaron en el puesto de asistencia”, cuenta Ana con un tono que aún deja entrever la preocupación que tuvo el día de la carrera. “Es que no hay nada peor que prepararse a conciencia y a última hora perderlo todo solo por un detalle”.
Hablando de detalles, ¿se le ha ido un triunfo por algún detalle?
“Yo no sé si algún triunfo se me ha ido, pero sí le aseguro que he sufrido. Una vez corrí una ultramaratón de 80 kilómetros y cometí el error de comer mucho, según yo para almacenar más energía, y no fue así. Por poco tiro la toalla a mitad del camino. Nunca he estado tan cerca de retirarme de una carrera como ese día en Sarapiquí”.
Esta ultramaratonista cuenta sus logros con la misma facilidad con la que corre, pero la grandeza de sus triunfos no la hace caer en posturas narcisistas. Al contrario, sigue fijándose en sus ídolos y hasta dice que disfruta verlos correr y hacerlo junto a ellos.
“Me encanta cuando veo en las carreras a Kurt Lindermuller, a Javier Montero y a Roiny Villegas, y disfruto más que nadie cuando tengo el chance de montar el paso con ellos y correr un buen rato al lado de gente que admiro tanto”.
Me dispongo a hacerle una nueva pregunta y con la misma rapidez de sus zancadas añade: “Pero, ¿quiere que le diga algo? A las personas que más admiro son esas que un día veo corriendo carreras pequeñitas y esforzándose por terminar, y otro día corren una más grande y al año siguiente los veo metidos en ultramaratones. Usted no sabe lo que esos ejemplos de esfuerzo y superación me motivan siempre”.
Tras esas palabras, trago grueso, cierro la libreta y le pido que nos cuente cuál será su próxima locura. “Este año me quiero graduar en el Ironman de Cozumel, para eso estoy entrenando ahora”.
Ana lo dice fácil. Es más, lo dice y sonríe. Cuando la veo entrenar entiendo la razón: talentosa para correr debería ser su tercer apellido.
“A las personas que más admiro son esas que un día veo corriendo carreras pequeñitas y esforzándose por terminar, y otro día corren una más grande y al año siguiente los veo metidos en ultramaratones. Usted no sabe lo que esos ejemplos de esfuerzo y superación me motivan siempre”.