La deshidratación puede desencadenar varios problemas, desde un dolor de cabeza hasta repercusiones en el funcionamiento cerebral.
Por Patricia Ugalde
El hecho de que el cuerpo humano esté compuesto por 60% de agua no debe tomarse a la ligereza cuando de hidratación se trata. El agua es tan importante como alimentarse. Cuánta agua requiere cada uno para estar bien hidratado es otra cosa. Los ocho vasos de agua al día es una recomendación general, ya que según el peso, el nivel de actividad física, el clima y otros factores puede que el requerimiento de líquido de cada persona sea mayor. “También la medición del porcentaje de agua tiene relación con la composición corporal de cada uno.
Alguien con una masa muscular alta y que se hidrata correctamente es más probable que salga con un nivel de hidratación adecuado, ya que el músculo es reservorio de agua. Pasa lo contrario cuando hay un nivel de grasa elevado”, explica Marianella Ibarra, nutricionista del Centro de Nutrición Larisa Páez.
Una persona se deshidrata cuando pierde de 1% a 2% de agua corporal y llega a ser severa la deshidratación cuando es de más de 5%. “Los síntomas de deshidratación pueden empezar con cansancio, mareo, dolor de cabeza náuseas y luego puede llevar a la disminución de la presión arterial hasta llegar a shock, convulsiones y falla de distintos órganos, como riñones, cerebro e hígado”, comenta.
Al cerebro, así como al resto de los órganos del cuerpo, lo afecta la deshidratación. En el caso de personas con tendencia a las migrañas, deben cuidarse y evitar la deshidratación, ya que se ha comprobado que es un factor desencadenante de esta. “No se conoce con exactitud por qué es que se desarrolla el dolor. Algunos lo asocian con la disminución en la presión arterial, el estrechamiento de los vasos capilares y los diferentes mecanismos compensatorios del cuerpo por mantener los niveles de líquido adecuados a nivel cerebral”, agrega la nutricionista.
Los cambios en los niveles de sales y electrolitos en el cerebro, producto de la deshidratación, alteran el funcionamiento de diferentes procesos de neurotransmisión. Esto repercute en la diminución de la capacidad de aprendizaje, la memoria a corto plazo y la atención. De ahí que no tomar suficiente líquido podría interferir en las actividades laborales o académicas.