Se hace a través de una serie de ejercicios pequeños y simples, pero muy poderosos.
Por BBC Mundo
Cada vez que le cuento a alguien que estoy haciendo antigimnasia recibo un bombardeo de risas y bromas como estas:
- ¿No se hace nada? Suena como algo perfecto para mí.
- ¿Te sientas en el sofá y ves televisión? ¡Me encanta!
- Adelgazar sin moverse de la casa. ¡Fantástico!
Y sí, es cierto que el nombre puede prestarse para malentendidos, pero los bromistas están muy lejos de la realidad.
La antigimnasia es un método de trabajo corporal que busca que quien la practica conozca su cuerpo y sea capaz de habitarlo, de entender cómo las diferentes partes se conectan entre sí, de reconocer y despertar las zonas que están dormidas, que han perdido movilidad o sensación, con el fin último de aumentar su bienestar.
Se hace a través de una serie de ejercicios pequeños y simples, pero muy poderosos.
Por ejemplo:
En la primera sesión que hice —que al contrario de las que siguen, es individual—, pasé mucho rato tendida en el suelo moviendo la lengua y la mandíbula hacia todos los ángulos imaginables, intenté con un éxito bastante relativo mover el dedo pequeño del pie sin ayudarme presionando sobre el resto de los dedos o la planta, y estiré una pierna hacia el techo y la mantuve así por unos minutos.
Eso fue todo.
Para mi sorpresa cuando llegué a casa, me acosté en el sofá y dormí profundamente durante al menos tres horas.
Estaba agotada.
¿Raro?
No tanto.
El esfuerzo de echar a andar lo que lleva mucho tiempo anquilosado puede ser extenuante. Pero tiene su recompensa.
Rompiendo moldes
La antigimnasia fue creada en la década de 1970 por la fisioterapeuta francesa Thérèse Bertherat, quien dedicó buena parte de su vida a observar el cuerpo y entender tanto su potencial como las trabas que le vamos poniendo.
Su trabajo se inspiró en gran medida en los postulados de su colega y compatriota Françoise Mézières, que analizó en profundidad la poderosa cadena de músculos entrelazados que tenemos en la espalda, desde la base del cráneo hasta debajo de los pies.
Bertherat creía que muchos de los males que nos aquejan vienen del exceso de tensión, acortamientos y contracciones de esa cadena e hizo una apuesta por crear ejercicios que ayudaran a alargarla, flexibilizarla y relajarla para que eventualmente todos los huesos, músculos, tendones y ligamentos volvieran al lugar que les correspondía naturalmente.
«Mi madre era una mujer muy pragmática, estudiosa y observadora», explica en un video su hija Marie, que desde la muerte de Thérèse en 2014 maneja el principal centro de antigimnasia del mundo, que tiene su sede en París.
Su método se nutrió de diversas disciplinas que investigó o practicó —psicoanálisis, acupuntura y rolfing, entre otros—, pero sobre todo de mirar con extrema atención cómo nos movemos, caminamos, nos sentamos, nos paramos.
Lo llamó antigimnasia un poco por azar, porque quería escribir sobre él y tenía que ponerle un nombre, y los 70 eran años de romper moldes y modelos.
Su propio marido cultivaba la antipsiquiatría, que abogaba por tratamientos más amables para las personas con problemas mentales. Irónicamente, murió asesinado por uno de sus pacientes.
El cuerpo y sus razones
En 1976, Thérèse Bertherat publicó «El cuerpo tiene sus razones», un libro que se volvió best-seller instantáneo y expuso sus ideas a millones de lectores en todo el mundo.
Tras leerlo, miles la llamaron o le escribieron pidiéndole que los salvara, que los sanara.
Eso la desconcertó. Pensó que no la habían entendido. Nada más lejos de sus intenciones que convertirse en una gurú.
Para ella la respuesta está en cada uno.
«Es una pedagogía en el sentido de que entrega información sobre uno mismo», explicaba.
Pero no hay magia ni azar.
no con uno
La antigimnasia se desarrolla en ciclos de 11 o 12 sesiones. Cuando se llega al final de uno, se vuelve a comenzar. Sin embargo, nunca son del todo iguales.
Al contrario de otras técnicas de trabajo corporal, uno no siempre sabe qué está haciendo ni cuál es la razón de fondo.
Quien dirige da instrucciones verbales sin mostrar nunca cómo hay que hacerlo. Tampoco hay niveles ni espejos; por lo tanto, no se puede copiar ni imitar. Cada uno trabaja de acuerdo a su propio cuerpo. Con uno mismo.
No hace falta tener experiencia ni alguna dolencia, aunque muchos de los que la hacen llegan porque sufren dolores físicos. La puede practicar cualquier persona. «Solo hace falta tener cuerpo», bromeaba Thérèse.
«Yo he visto deportistas que han probado fisioterapia o rehabilitación, y que solo con la antigimnasia han logrado volver a competir», me cuenta Panero, «pero también viene gente que no tiene nada, que ha escuchado hablar del método y le causa curiosidad».
¿Sirve para adelgazar?
«Puede que una persona que tenga sobrepeso, a medida que se va conociendo, termine adelgazando, pero no es cardiovascular», aclara.
«El cuerpo es maleable y hasta que uno no muere siempre existe la posibilidad de estar mejor», profundiza. «Lo que buscamos a través de los ejercicios es ser un poco más felices, más libres y autónomos».
Y agrega: «Al cuerpo le gusta el bienestar y una vez que lo encuentra va a querer más».
Tal vez es por eso por lo que uno resiste e insiste, pese a que algunas sesiones son francamente extrañas. Incluso incómodas.