Crónica de un despegue

Carla Castro Lizano.
Directora y fundadora

Editorial Edición ES 130

El camino es inestable y me obliga a trotar con la mirada fija en el suelo. Aunque quiero ir más rápido la naturaleza me impone su estilo, ella me domina, porque estoy en su territorio. El sonido de la nada tropieza de pronto con los yigüirros, con un río que despierta a lo lejos, con una ráfaga de viento juguetona con los árboles. Despego la vista de mis tenis y me animo a ver hacia arriba, a
cielo abierto el amanecer se estrena y siento esos pocos rayos de sol calentarme entera. Mi respiración entrecortada me devuelve al camino, ahora empinado frente a mi. Alisto los brazos, los balanceo con fuerza, hacia adelante, siempre hacia adelante.
No puedo evitar entonces pensar en la vida, en el camino, ¿hacia dónde voy?. No tengo la menor idea, todos los senderos parecen iguales, solo se que debo correr durante un tiempo. ¿Es así la vida? ¿Debemos movernos hacia adelante, aunque no sepamos hacia dónde nos lleve?. Me concentro ahora en todo lo que piso. Piedras, barro, ramas quebradizas. Estos sonidos a mi paso me hacen sentir empoderada y piso con fuerza, como si aplastara a mis preocupaciones. Como si callara a esa vocecita que me quiere hacer pensar en
todos los pendientes. ¡Noooo! le grito y si pudiera le escupiría. Y entonces el viento en mi cara me quita ese peso, como si espantara por un momento al gorila que me grita al oído con toda esa negatividad. Grito de nuevo, en todo caso, nadie me escucha, solo el cielo
que ahora se abre paso en medio de una planicie, a lo lejos ni siquiera las vacas se inmutan ante mi presencia. Se siente liberador gritar y lo se porque sonrío. Logro lo inimaginable para una mujer multitasking, logro no pensar en nada. ¿En nada? ¡Síiiii! ¡Yes! En nada…. Los pensamientos solo  van poniéndole nombre a las imágenes que penetran mi retina: “¡Cuál será el nombre de este árbol tan  prepotente?, cuidado con ese hueco, me pude haber doblado el tobillo, ¿será que habrá culebras?…” Vuelvo a recordar el camino, vuelvo al suelo. ¿ a dónde llegaré?.  “Acaso importa” le contesta el otro extremo de mi cerebro. “Solo avanza”.

La naturaleza vuelve a tomar el control y me abro a sus sonidos y hasta un poco más, me abro a sus sentidos. Una emoción de plenitud me atraviesa y saboreo una lágrima,  mientras palpo mi sonrisa. Respiro profundo e inhalo todo. Absorbo ese aire, recorre mi cuerpo, mi alma y exhalo todos mis miedos, frustraciones, toda esa basura… Decido acelerar el paso, ¿por qué? Solo porque me da la gana.
Ahora no siento las pisadas, de hecho no siento ni mi cuerpo. Me levanto entre el zacate húmedo, me levanto frente a los arbustos,
ante las sombras de los árboles apilados y subo, subo, levito y una luz me ciega aunque tengo mis ojos más abiertos que nunca.
Me dejo llevar a ese mundo nuevo, de oportunidades, de creación. Balanceo más los brazos. Me dejo llevar ahora hacia arriba.
Veo el bosque, lo veo tan claro… Mi figura se ve cada vez más pequeña en medio de la naturaleza, la saludo, la respeto. La naturaleza me absorbe, me adopta y me veo diminuta como yo veía antes a las hormigas. Desde arriba, todo se ve tan claro. Recorrí un largo camino, ¿como no me di cuenta de todo lo que había avanzado? Hace rato había llegado y no lo había visto… Mis brazos continúan balanceándose con fuerza, pero ahora es diferente. Se mueven siempre de arriba hacia abajo, revolotean con delicadeza también hacia los lados. Cierro mis ojos y solo lo disfruto. Confío. Volar, volar alto entre las nubes, por encima de mi humanidad, conectada con DIOS, con el mundo y con el amor. Si a esto le llaman trail, yo le llamo LIBERTAD.

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