Si no disfruta igual el deporte en algunos horarios específicos, no se sienta mal; hay una justificación científica.
Por Erick Reyes
Cronotipo, ritmo circadiano, reloj biológico u horas de mayor productividad… Llámelos como quiera, porque aunque no son exactamente lo mismo, todos explican los estados vividos a lo largo de un día, con momentos más productivos y otros en los que sentimos menos fuerza o deseo de realizar nuestras tareas, incluyendo las deportivas.
Diversos estudios evidencian –hace más de dos décadas– que hay momentos claves para exigir el cuerpo. La regla no aplica para todos, porque depende del tipo de persona, el deporte que se practica y los objetivos planteados.
Los ciclos circadianos son ritmos internos que tienen una duración similar a las horas del día. Son controlados por relojes biológicos internos que a su vez son sincronizados por elementos medioambientales, como la presencia de luz u oscuridad.
Imprevistas jornadas de trabajo que alteran la regla general de dieciséis horas de vigilia y ocho de sueño, los viajes rápidos –con poco tiempo de adaptación– a lugares con husos horarios muy diferenciados o esfuerzos físicos en horarios que regularmente son destinados al sueño resultan en perturbaciones de estos ciclos circadianos.
Estas alteraciones explican la necesidad de adaptar el cuerpo a condiciones extremas de largas jornadas bajo el incumplimiento de estos ciclos circadianos, como por ejemplo los triatlones de larga distancia y competidores de ultramaratones.
¿Quién es usted?
- Alondra: Persona que se levanta muy temprano y sin necesidad de despertador. Tiene su punto máximo de productividad hacia mediodía. Cerca de 10% de la población pertenece a este tipo.
- Búho: Es una “persona tardía”. Su nivel máximo de alerta se ubica cerca de las 6 p.m. y es muy productiva de noche. Acostumbra dormirse pasada la medianoche. Necesita un despertador y acostumbra tomar muchas bebidas con cafeína debido a la falta de horas de sueño. Una quinta parte de la población pertenece a este grupo.
- Colibrí: Corresponde a la gran mayoría de la población mundial. Se ajusta mejor a las condiciones de presencia y ausencia de luz, con el ciclo noche-día. Entre estas personas, las hay cercanas a ambos extremos; unas más cerca de los búhos, otras de las alondras…
“Las horas de mi mejor rendimiento están claramente marcadas”
Hibert Mora es un atleta costarricense que busca su clasificación al mundial de atletismo y a los Juegos Panamericanos. Entrena dos veces diarias y desde hace un tiempo modificó sus horarios al encontrar una comodidad que científicamente se apega al reloj biológico o ciclo circadiano. “En los entrenamientos de la mañana he comprobado que me va mejor con el paso de las horas. En la práctica matutina no rendía tan bien cuando era en la madrugada. Ahora entreno entre 7 y 8 a.m., y he alcanzado mejor desempeño. Lo mismo pasa en las tardes, donde enfoco mi trabajo entre 4 y 5 p.m., para evitar entrenar muy tarde, porque –de lo contrario– podría alterar mis horarios de alimentación y sueño”, comenta.
No en vano, las mejores marcas mundiales en atletismo se logran en horarios vespertinos, cuando el cuerpo ha logrado desarrollar su máximo estado de elasticidad y desarrollo de energía. Eso explica la programación de eventos estelares en mundiales y juegos olímpicos en ese horario.
“Mis marcas en 5.000 y 10.000 metros han sido en horarios vespertinos. En Managua, Nicaragua corrí a las 4:30 p.m. y en San José, Costa Rica, a las 6 p.m. En esos horarios registré mis mejores tiempos”, comenta Hibert.
Momentos importantes
Entre 10 a.m. y 1 p.m. está el primer pico de rendimiento diario. El problema, dependiendo del deporte que se practique, es la temperatura ambiente, que suele ser alta a esa hora. El segundo pico se ubica entre las 4 y las 7 p.m. Iniciar un entrenamiento después de las 7 p.m. no suele ser recomendable en algunas personas, que pueden llegar a experimentar más bien problemas de insomnio.
¿Los conoce?
En el trabajo, en la clase universitaria, en los proyectos comunales y hasta en las fiestas familiares, en todas partes podemos identificar claramente personas con patrones diferenciados conocidos como alondras, búhos o colibríes. Unos amanecen con mucho vigor, otros andan casi dormidos sin darse cuenta. Los hay quienes cargan baterías con el paso de la jornada laboral y aquellos que llegan casi sin energías al final de sus labores, cuando se acerca la noche. Todos tienen adaptaciones diferentes generadas en una zona cerebral conocida como núcleo supraquiasmático (NSQ). Sirven para adaptarnos a ciclos biológicos ambientales, como la luz y la temperatura.