Una bomba mental

Carla Castro Lizano.
Directora y fundadora

Editorial Edición ES 129

Si mis pies recorrieron 42 kilómetros, mi mente corrió el doble. Era una fría mañana de noviembre del 2010 y las calles de Nueva York lucían invadidas por miles de piernas en movimiento al son de los vítores y los aplausos de vecinos y espectadores. Dos millones de personas se volcaban a las calles cada año a apoyar la maratón, repetían los diarios. Hacía ya nueve años del atentado a las Torres Gemelas, aquellas que vi desmoronarse mientras transmitía en vivo para un noticiero costarricense. Justo el día anterior a la maratón había visitado la zona 0, el gran hueco, en ese momento en construcción de un homenaje a las miles de víctimas. Este fue uno de los miles de pensamientos que cruzaron mi mente durante las cuatro horas y media que corrí. ¿Qué haría si algún loco decidiera hacer un atentado ese día? Correría… eso de seguro… pero, ¿para adónde? ¿para qué?. Estaba impotente, si así fuera no tendría escapatoria. Entonces decidía espantar ese pensamiento y sustituirlo por las espectaculares vistas en cada uno de los puentes o simplemente transportarme frente a la sonrisa de mis hijas, quienes me seguían por internet. Esa imagen de un atentado fue insistente, era difícil no refrescarla al ver a la policía a lo largo del camino o incluso, a la llegada de la maratón en el Central Park no permitían ni amarrarse los cordones: “Keep moving!”, gritaban a los miles de corredores quienes solo buscaban la salida para encontrarse con sus seres queridos ya afuera del parque más famoso de Nueva York.

El mayor objetivo del terrorismo es precisamente causar miedo. Las reacciones ante un atentado donde se ven involucrados civiles, siempre son muy diversas. Ante el reciente hecho en la maratón de Boston, en donde tres personas murieron y decenas sufrieron la amputación de sus piernas después de estallar dos bombas entre el público, muchos corredores se han manifestado con rebeldía. Rebeldía a ceder ante el miedo y con mucha determinación más bien han promovido el continuar corriendo, viajando a maratones internacionales ahora más que nunca para no ceder ante el terrorismo. Esta actitud es muy propia de quienes con valentía y disciplina vencen cientos de obstáculos para lograr su meta personal. Lo lamentable de un hecho como el de Boston, aparte de las pérdidas humanas por supuesto, es el daño al imaginario colectivo. Ya hay un referente y será prácticamente imposible que el pensamiento
de un atentado no corra por la mente como una bomba interna. Ahora con un pensamiento adicional: ¿y será prudente llevar a mi familia a que me espere en la meta?. La fe, esa certeza de esperanza, ese encomendarse a Dios, se convierte en la más efectiva desactivación de las bombas mentales ante el terrorismo. Esto al lado de una prudencia teñida con resignación al aceptar que cualquier evento, aún el más noble, puede convertirse en una presa para cualquiera en busca de fama o en lucha por un ideal.
Comparto la opinión de los corredores valientes de no dar gusto a este bombazo en nuestra mente, a seguir hacia adelante, pero tampoco olvidaré el remedio heredado de mis abuelos para desactivar esos pensamientos negativos: “Vaya con Dios mijita,
venga para darle la bendición y que Dios y la Virgencita me la protejan”…

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